Nosotros, los animales del corral, siempre supimos que Piquifino era diferente. Era un gallo tan, tan flaco, ¡que parecía una ramita con plumas! El viento, juguetón y travieso, casi lo doblaba como a un tallo de hierba cada vez que soplaba fuerte. Pero Piquifino no soñaba con gusanos ni con el sol mañanero. No, ¡Piquifino soñaba con la noche!
—¡Ay, la noche, qué misterio, qué volar! —susurraba él, mirando las sombras danzar. Él quería ser un murciélago, volar bajo la luna plateada y no tener que cantar al amanecer. ¡Ni un solo "kikirikí" antes de que el sol asomara!