De repente, una voz suave y profunda llegó a sus oídos. —Relina, ¿por qué estás tan pensativa? —Era la gran Calabaza Abuela, con su piel naranja brillante y amable. Relina, con un hilito de voz, le contó sobre su broche perdido. La Calabaza Abuela, con una sonrisa, le dijo: —No te preocupes, mi pequeña. A veces, las cosas solo necesitan un pequeño empujón para ser encontradas. "¿Qué misterio es este, qué será?" pensó Relina, y luego, la Calabaza añadió: —¿Has escuchado algún sonido peculiar cerca de las fresas? Relina aguzó sus pequeños oídos y... ¡Cric-cric! ¡Cric-cric! Se movió con cuidado, rodando hacia el sonido. Y allí, entre las hojas de una fresa, ¿qué viste? Una pequeña huella brillante y... ¡su broche! Un saltamontes juguetón, con sus antenas vibrando, lo tenía entre sus patitas, usándolo como un divertido espejo.
Relina soltó una pequeña risita de alegría. ¡Lo había encontrado! Se acercó al saltamontes, quien, al verla, le entregó el broche con un pequeño salto de disculpa. Relina se lo prendió de nuevo en su sombrerito. —Gracias, Calabaza Abuela, por ayudarme a escuchar —dijo Relina, sintiendo un cálido abrazo de seguridad en su interior. Aprendió que pedir ayuda es como plantar una semilla de amistad: siempre crece algo hermoso. Y con su broche brillante, Relina siguió susurrando secretos de crecimiento a las plantitas, haciendo del huerto un lugar aún más feliz y lleno de vida. ¡Qué bien se sentía tener a sus amigos cerca!