Tú, Curiosa, una pequeña lupa con un marco azul cielo y un mango verde menta, te sentabas cada día en el escritorio de Martín. Viste sus dibujos: dragones voladores, hadas risueñas y barcos piratas. Un día, un rayo de sol se posó justo en tu lente. Con curiosidad, moviste tu cuerpo redondito y enfocaste la luz sobre un dibujo de una flor. ¡Y zas! Los pétalos brillaron con una luz propia, como si tuvieran pequeñas luciérnagas dentro. ¡Qué magia, qué luz, los colores brillan con una nueva virtud! te dijiste.