Gracias a mis giros creativos y a la solidaridad que nació entre ellos, todos los insectos pudieron encontrar a sus amigos, compartir noticias y organizar sus juegos. El charco se convirtió en el centro de la diversión y la ayuda mutua. Vi a Mari y a su amiga riendo a carcajadas, al saltamontes dando saltos de alegría con sus amigos, y a la abeja guiando a sus compañeras a un campo de flores. Sentí una gran emoción. Mis ondas no solo llevaban susurros, sino también alegría y compañerismo.
El sol comenzó a ponerse, tiñiendo el charco de colores naranjas y rosas. Yo seguía flotando, un poco cansado pero muy feliz. El charco, que antes era solo agua, ahora era un lugar lleno de historias y risas. Sabía que, aunque la lluvia se fuera y el charco se hiciera más pequeño, la amistad que había ayudado a construir seguiría flotando en el aire. Y yo, Botecito, estaría listo para volver a girar y conectar a todos, porque ¡Gira, Botecito, gira, la amistad nos une y mira! Siempre habría un nuevo susurro que llevar, una nueva amistad que unir, justo aquí, en mi charco.