Un día, la curiosidad te empujó. Decidiste navegar hacia el centro, donde el agua era más profunda y oscura, como un bosque de sombras. Te sentías un poco nervioso, y cuando una hoja grande pasó rozándote, dijiste: “—¡Ay, ay, ay, Barquito Azul, qué misterio habrá!” De pronto, bajo tu quilla, viste algo increíble: no solo peces de colores tan vivos como caramelos, sino también plantas acuáticas que se movían como si bailaran, y ¡un brillo dorado!
Te acercaste al brillo, y descubriste que era una pequeña concha nacarada, reluciente como un tesoro de piratas. Justo entonces, una voz suave y profunda retumbó cerca de ti.
—¡Hola, pequeño explorador! —dijo una vieja tortuga marina con un caparazón cubierto de algas. —¿Te gusta lo que ves?
Te sorprendió, y por un instante pensaste: “—¡Ay, ay, ay, Barquito Azul, qué misterio habrá!” Pero la tortuga te miró con ojos amables.
—Este estanque es más de lo que parece, ¿verdad? —continuó ella, sonriendo.