Yo era solo una pequeña gota de rocío, sentada en la punta de una hoja, observando el amanecer. A mi lado, Arcoíris Mini, un trocito de arcoíris que flotaba dentro de mí, brillaba como una joya. Pero esa mañana, el bosque estaba extrañamente silencioso. Ni un gorjeo, ni un zumbido, ni el más mínimo cri-cri. Arcoíris Mini, que normalmente se movía como un bailarín juguetón, se sentía un poco inquieto. ¿Qué pasaba? ¿Dónde estaba la música de la mañana?
Arcoíris Mini decidió averiguarlo. Con un pequeño ¡pop!, saltó de mi hoja y flotó hacia un escarabajo que dormía profundamente. Se acercó, intentando darle un suave toquecito con su borde brillante, pero el escarabajo solo se revolvió, como una patata en una manta. —¡Oh, qué dormilón! —pensó Arcoíris Mini, y con un pequeño tropiezo que casi lo hace caer, se deslizó hacia una mariquita que parecía gruñona. La rozó, pero la mariquita solo se encogió más, como una pequeña piedra roja. El bosque seguía mudo, y Arcoíris Mini, un poco confuso, se preguntaba qué estaba haciendo mal.