En la pared de una pequeña habitación, donde los rayos de luna se colaban sigilosos, vivía Airela. No era una cometa cualquiera, sino una cometa dragón, de escamas verdes esmeralda y una cola que bailaba al viento aunque no hubiera brisa. Durante el día, parecía una guardiana dormilona, pero al caer la noche, cuando el niño Juanito cerraba sus ojitos soñadores, Airela despertaba con un secreto mágico.