En la colmena, con un zumbido zumbador, vivía Zumbido, una abeja obrera. ¡Zumbido, zumbido, qué ajetreo! Llevaba néctar, pero un charco grande y burbujeante bloqueaba el atajo. ¿Cómo cruzar ese charco chiflado sin un rodeo largo y latoso? Zumbido suspiró, mas sus alas zumbaron con celo.
Un día, Zumbido vio hojas caídas, suaves y secas, flotando. ¡Qué idea luminosa y liviana! ¿Unir varias con cera para un puente? De repente, una luz suave y brillante se posó. Era Luciérnago, el sabio.
—¡Hola, Zumbido! —dijo, parpadeando—. ¿Qué sueño brilla en tu cabeza?
—¡Un puente, Luciérnago, para volar más rápido! —contestó Zumbido, zumbando de emoción.