Yo era solo un trompo de madera, Trompo Rueda de nombre, con alegres rayas de rojo, azul y amarillo. Mi hogar era la gran y soleada habitación de juegos, justo al lado de la imponente estantería. Cada día, veía a los niños, como la pequeña Lucía, coger libros, a veces suspirando porque no podían decidir. Yo sentía una pequeña punzada en mi corazón. Quería ayudar, pero era solo un trompo.
Una tarde, Lucía estaba indecisa, sus ojos grandes como canicas. —¡Ay, Trompo Rueda! —me dijo—, ¿Cuál es la mejor aventura? Yo, con mi deseo de ayudar, giré, y giré, y giré tan rápido como un colibrí. Y entonces, ¡puf! Un suave viento invisible salió de mí. Las páginas del libro abierto de Lucía se alzaron, flotando como hojas de otoño. Ella abrió los ojos, sorprendida. —¡Mira! —exclamó, señalando una página que se quedó un poco más alta. Pero el viento se desvaneció.