En el fondo de una vieja caja de colores, vive Trazo, un pequeño lápiz de madera con punta suave. A menudo, Trazo suspira, un sussurro apenas audible, porque cree que sus líneas son demasiado tenues, demasiado pálidas para que alguien las note. Se siente un poquito invisible, como el aire que acaricia las cortinas al amanecer. Sus amigos, los juguetes de peluche, el osito Rolo y la muñeca Lía, lo miran con ternura, pero él sigue pensando que su don es demasiado suave para brillar.
Un día, mientras la luna asoma por la ventana y las estrellas comienzan a parpadear, Trazo intenta dibujar una flor sencilla en un trocito de papel. Con su puntita de grafito, hace un círculo, luego cinco pétalos. Pero al mirarlo, solo ve una forma apenas visible. "—Oh, Trazo, ¿qué haces?", pregunta Rolo con su voz de algodón. Trazo se encoge un poquito. "—Solo... dibujo, Rolo, pero mis líneas son tan, tan ligeras".