Yo, la mariquita Pinta, volaba sobre el huerto escolar, un lugar donde el aire olía a menta y a fresas dulces. Allí conocí a Silu, una pequeña chispa de curiosidad. Silu no era como una abeja zumbadora o una mariposa danzarina; era una esferita iridiscente, como una burbuja de jabón que atrapaba los colores del sol. Sus ojitos, siempre muy abiertos, brillaban con una luz suave, y sus alitas transparentes aleteaban sin hacer ruido, dejando tras de sí un caminito de polvo de estrellas. Cada mañana, Silu se despertaba lista para explorar, ¿qué nuevo secreto escondería el huerto hoy?