Había una vez, en un prado lleno de hojas verdes y jugosas, una pequeña oruga llamada Rulitos. Era la más lenta y remolona de todas las orugas, y siempre llegaba última a los banquetes. Mientras sus amigas corrían con muchísimas patitas, Rulitos avanzaba despacio, observando las florecillas y las gotitas de rocío, sintiéndose a veces un poco sola y frustrada por su ritmo.