Desde mi alto perchero de girasol, observo todo el jardín. Y déjenme decirles, no hay oruga más veloz que Rosita. ¡Ni la más escurridiza! Sus patitas, rápidas como un rayo, la llevan de hoja en hoja, siempre buscando la más fresca, la más verde, la más jugosa. ¿Por qué tanta prisa, Rosita? —pienso yo, el Girasol Sabio, mientras ella zumba por debajo de mis pétalos, una manchita verde que casi no se ve. Su mayor preocupación es llegar antes que nadie a la mejor ensalada del día.