Sigo rodando, bajo el manto de la noche, y de repente, ¡zas! Mi agujerito se engancha en algo suave. Es la cuerda de una cometa, una cometa que se ha caído y está a punto de volar lejos con la brisa de la noche. Un niño pequeño, que parece un osito de peluche con su pijama, se acerca con ojitos tristes. —¡Oh, mi cometa se escapa! —dice, casi llorando. Yo, Redondo, me siento fuerte y firme, como un pequeño ancla. ¡Hago un suave clinc-clic-clac al sostenerme!
El niño me ve, ve cómo estoy enganchado, y despacito, des-pa-ci-to, tira de la cuerda. Gracias a que estoy allí, enganchado bien fuerte, la cometa no se va volando. ¡La cometa está a salvo! El niño sonríe, una sonrisa grande y brillante como la luna llena. —¡Gracias, pequeño botón! —dice con voz dulce. Yo me siento tan feliz, tan útil. Mi propósito, mi verdad, se ha cumplido bajo las estrellas. La brisa canta una canción de cuna. ¡Hago un último y suave clac-clic-clac mientras el niño me guarda, y sé que he hecho algo bueno!