Perséfone, la reina que tejía entre el reino de las sombras y los campos de luz, a menudo sentía un anhelo especial. Su corazón deseaba entrelazar la vibrante alegría de la superficie con la serena quietud del inframundo, como dos viejos amigos que nunca se habían encontrado. Soñaba con una belleza que uniera esos mundos tan diferentes, un puente de ternura.
Un día, mientras paseaba por sus dominios subterráneos, sus dedos rozaron unas florecitas que aún dormían, esperando su turno para despertar. Eran pequeñas y tímidas, pero bajo el toque gentil de la reina, un polvillo mágico y brillante se liberó, danzando en el aire oscuro.