Pedrito, un niño con una imaginación que volaba tan alto como una cometa, pasea por el jardín de su casa. De repente, entre las margaritas, algo llama su atención: una pequeña semilla que brilla como una luciérnaga atrapada en el rocío. La recoge con cuidado, sintiendo un cosquilleo mágico en sus dedos. Sabe que no es una semilla cualquiera. Con entusiasmo, decide plantarla en una maceta especial, justo debajo de su ventana. ¡Tlin! suena el suave contacto de la semilla con la tierra.
Día tras día, Pedrito riega la tierra con dedicación, sus ojos brillan con la esperanza de ver brotar algo extraordinario. A veces, la espera se siente larga como un viaje sin fin, pero él no se rinde. Una mañana, un pequeño brote verde, fuerte como un diminuto roble, asoma tímidamente. Pedrito sonríe, su corazón late como un tambor de alegría. La planta crece rápidamente, sus tallos se estiran hacia el sol. ¡Tlin-tlin! susurra el viento entre sus hojas.