Nosotros, que éramos como un susurro del viento, despertamos con Nara, nuestra pequeña Curiosidad personificada. Ella era una criatura singular: un colibrí-ratón con suaves orejitas lavanda y alas diminutas que vibraban como luciérnagas. Llevaba siempre su sombrerito explorador y una minúscula mochila azul, lista para cualquier aventura. Cada mañana, en el Bosque Susurrante, donde los árboles eran gigantes amables y las flores alfombras de terciopelo, Nara nos invitaba a buscar lo invisible. —¡Mira allí! —nos gorjeaba, y nosotros, con ella, nos asomábamos, nuestros ojos brillando como veinte estrellas.