Bajo la suave luz de la luna, tú, pequeño Magneteo, eras solo un imán de nevera, sujetando dibujos como un fiel guardián. Mirabas las estrellas titilantes por la ventana, sintiéndote tan pequeño como un grano de arena. De repente, un suave ¡Tac! te desprendió y rodaste por el suelo fresco de la cocina. El mundo se abrió ante ti, vasto como un océano, y empezaste tu viaje nocturno con un ligero ¡Tlin-tlin! por el suelo liso.