Lucía era una liebre muy especial, con unas orejas tan altas y sensibles que, en las noches claras de verano, como la de San Juan, podía escuchar el suave titilar de las estrellas lejanas. Su corazón de liebre soñaba con atrapar un deseo del cielo, como una estrella fugaz, para regalarlo a alguien que lo necesitara. Se imaginaba la alegría en el rostro de quien recibiera un pedacito de luz celestial. Pero, ¿cómo alcanzar algo tan rápido y tan alto? Se preguntaba, mientras el aire fresco de la noche acariciaba sus bigotes.