En un pueblo de nubes que flotaba entre el cielo y la tierra, donde las casas parecían hechas de algodón suave y los caminos brillaban con rocío de estrellas, vivía un niño llamado Eli. Sus manos no eran como las de los otros niños; en su lugar, tenía unas tijeras plateadas y siempre limpias. A veces, Eli se sentía un poquito solo, pues los demás, sin querer, mantenían una distancia suave, asombrados por sus manos únicas. El pueblo, en esta época especial del año, se vestía de velos lila y destellos tenues, como si el aire mismo susurrara cuentos de magia.