¡Chirrido! ¡Chirrido! canta Pip, el pequeño petirrojo, desde el alféizar de la ventana. Hoy es un día especial. Una danza de copos de nieve ha cubierto el jardín, y uno en particular, Nieve Mágica, ha aterrizado justo frente a mis ojos en el cristal. Es diferente a los demás, con puntas tan finas como las alas de una mariposa y un brillo que parece susurrar. A través de la ventana, veo a Leo, el niño de la casa, con sus grandes ojos curiosos. Él también la mira, con la nariz casi pegada al vidrio, como si buscara un secreto. Siento una vibración, un zumbido muy bajito, que parece venir de Nieve Mágica. ¿Qué será ese sonido tan suave?
Mientras Nieve Mágica se aferra al frío cristal, Pip se acerca un poquito más. Es tan hermosa, como una joya de cristal. Contando con mi piquito, veo sus seis puntas: uno, brillante como un diamante; dos, curva como la sonrisa de la luna; y tres, larga como un camino en el bosque. ¡Y hay más! Cuatro, cinco y seis, cada una única. Leo, adentro, parece haber notado el mismo misterio.
—¿Mami, escuchas algo? —pregunta Leo, con el ceño fruncido.
Su mamá se acerca y lo abraza con cariño. —Solo el viento, mi amor —responde, besando su cabeza. Pero Pip sabe que no es el viento. El zumbido es más fuerte ahora, como mil campanitas diminutas.