Hestia, la dulce diosa del hogar, a veces notaba que el fuego de su chimenea, aunque siempre cálido y acogedor, era un poquito silencioso.
Deseaba que aquel calor no solo abrazara, sino que también contara historias, que susurrara los momentos felices que se vivían en cada rincón del Olimpo. Su corazón anhelaba algo más que el suave crepitar de la madera.