Hermes, el veloz mensajero del Olimpo, suspira. Sus alas baten sin parar, pero su corazón no siente la misma emoción.
—¡Ay! —exclama Hermes, con un gesto de desánimo—. Mis entregas son tan, tan rápidas que los mensajes llegan... ¡sin la chispa de la espera! Nadie salta de alegría al verme. ¡Qué aburrido!