Hermes, el veloz mensajero de los dioses, deslizaba sus pies alados por los cielos del Olimpo. Era tan ligero que apenas tocaba las nubes, y en sus manos llevaba mensajes importantes para todos.
Hermes, el veloz mensajero de los dioses, deslizaba sus pies alados por los cielos del Olimpo. Era tan ligero que apenas tocaba las nubes, y en sus manos llevaba mensajes importantes para todos.
Estos mensajes eran muy especiales, diferentes a cualquier otro. Estaban envueltos en hilos de arcoíris, tan brillantes y coloridos que parecían un pedacito de magia en sus manos. Cada hilo guardaba un secreto especial.
Estos mensajes eran muy especiales, diferentes a cualquier otro. Estaban envueltos en hilos de arcoíris, tan brillantes y coloridos que parecían un pedacito de magia en sus manos. Cada hilo guardaba un secreto especial.
Y mientras Hermes volaba, una lluvia de estrellitas diminutas y brillantes se desprendía de sus dedos. Caían suavemente, una a una, como susurros brillantes en el aire.
Y mientras Hermes volaba, una lluvia de estrellitas diminutas y brillantes se desprendía de sus dedos. Caían suavemente, una a una, como susurros brillantes en el aire.
Cada estrellita susurraba deseos y esperanzas a los niños que jugaban abajo. Eran promesas mágicas que viajaban desde el cielo, llenando el mundo de sueños.
Cada estrellita susurraba deseos y esperanzas a los niños que jugaban abajo. Eran promesas mágicas que viajaban desde el cielo, llenando el mundo de sueños.