Hera, la reina de los dioses, observa desde lo alto del Olimpo. Su mirada serena se posa en las nubes, donde a veces nota algo peculiar: pequeños deseos y sueños infantiles que flotan, ligeros como burbujas de jabón, sin encontrar su camino.
Qué pena le da verlos extraviados, esos susurros de alegría y anhelo que los niños lanzan al cielo. Parecen pequeñas luces titilantes, motas de color que danzan sin rumbo fijo.