Hades, el señor del Inframundo, caminaba con paso tranquilo por los Campos Elíseos. El aire, usualmente quieto, le pareció distinto aquel día. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, notaron una amapola muy especial; no era roja, sino que brillaba con una luz fosforescente, como si guardara una pequeña estrella. Y, al acercarse, pudo escucharla: la flor susurraba melodías dulces, casi imperceptibles.