Afrodita, la diosa de la belleza, solía pasear por su jardín sagrado. Sus ojos, acostumbrados a la perfección, a veces notaban que sus flores favoritas se veían un poco mustias, como si la alegría de ser bonitas se les hubiera escapado. Ella sentía una pena dulce al verlas así, deseando que cada pétalo sintiera un amor tan grande que brillara siempre, desde su propio corazón.