Desde mi escondite entre las páginas de un antiguo tomo de fábulas, yo, Silente, el marcapáginas observador, veo a Miro deslizarse. Él es un susurro curioso, un hilo de luz translúcida con ojos titilantes y una motita de polvo brillante que le ayuda a escuchar. Se mueve entre los altos estantes de la biblioteca, donde el sol pinta senderos dorados y el aroma a papel viejo invita a soñar. Miro adora los secretos, las sombras danzantes y los rincones olvidados. Busca, siempre busca, con una suave música que apenas se oye. ¡Siiiiish! ¡Siiiiish! Así va Miro, el susurro curioso, buscando rincones, historias maravillosas.
De repente, Miro se detiene junto a un estante lleno de libros polvorientos. Su mota de polvo parpadea con más intensidad. Escucha. ¿Qué será? Es un pequeño lápiz de color, caído y solitario, que suspira. Miro se acerca flotando, casi invisible. ¡Siiiiish! ¡Tilín! El lápiz, al sentir una brisa cálida, levanta su punta gastada. —¡Oh, Miro! ¡Qué alegría! —dice el lápiz—. Creí que nadie me encontraría aquí. ¡Gracias por pasar por mi lado! Y Miro, el susurro curioso, atesora su primera gratitud, buscando rincones, historias maravillosas.