Nosotros conocíamos a Rufino, un silbato de madera tallada, pequeñito y brillante, que siempre colgaba de un llavero junto a la puerta del jardín. Un día, con la brisa suave, nos dio curiosidad y soplamos muy despacito. En lugar de un ¡Piiiii! fuerte, salió un suave Fiuuuu-fiuuuu, un silbido de viento como un susurro de seda. Las margaritas cercanas, que estaban con sus pétalos cabizbajos, ¡empezaron a moverse! ¿Será que esto es real? Ay, ay, ay, ¿será esto verdad de verdad?
Con el corazón latiéndonos como un tambor diminuto, volvimos a soplar, más suave todavía. El Fiuuuu-fiuuuu viajó por el aire, ligero como una pluma. Una rosa roja, antes marchita como un viejo calcetín olvidado, lentamente levantó su cabecita. ¡Y sus pétalos, antes arrugaditos, se estiraron y brillaron como terciopelo! Parecía que bailaba un baile chiquitín. ¿No es maravilloso? Ay, ay, ay, ¿será esto verdad de verdad?