Silbato se esforzó, soplando y soplando, probando con más fuerza, con menos fuerza. Yo, la caja, lo veía todo. Una tarde, con el sol suavemente asomándose por la ventana, Silbato probó algo diferente. Cerró sus pequeños agujeritos y sopló tan, tan, tan suavemente, que apenas se oía. Y entonces, ¡zas!, no fue un PIIII. Fue un suave y sonoro, un silbido sutil, que vibró en el aire como una caricia. ¡Era el eco de la amistad! ¿Quién diría que un soplido sutil podría ser tan especial?
Una pequeña Nube de peluche, que siempre estaba triste en un rincón, levantó su ojito de botón. Silbato, emocionado, sopló de nuevo ese eco.
—¡Oh! —exclamó Nube, flotando un poquito—. ¿Qué fue ese sonido tan cariñoso?
—Es mi eco de la amistad —respondió Silbato, sintiendo un cosquilleo en su cuerpo—. ¿Te sientes un poco sola?
—Un poquito —admitió Nube.
Silbato siguió soplando, y pronto, muñecas melancólicas y soldaditos solitarios empezaron a moverse, atraídos por el dulce llamado. Silbato pensó de nuevo: "Uhm... ¿y si solo suena a PIIII?", pero el eco continuó. Pronto, todos los juguetes que se sentían un poquito abandonados se acercaron a mi centro, formando un pequeño círculo.