Hefesto, el honorable herrero del Olimpo, amaba forjar cosas fuertes en su fragua. Sus martillos sonaban con un eco poderoso, y cada golpe creaba escudos y armaduras robustas, dignas de los dioses. Pero, a veces, mientras admiraba sus creaciones, sentía que eran un poco gruesas y pesadas, comparadas con la ligereza de las nubes de Zeus o la gracia de los hilos de Atenea.
En su corazón, Hefesto anhelaba crear algo distinto, algo ligero y etéreo, que bailara en el aire como un sueño.