Al día siguiente, cuando la lavadora volvió a llenarse, Rayas Locas estaba emocionado. Se acurrucó junto a un calcetín solitario y un par de calcetines de deporte que se quejaban de lo gris que era todo.
—¡Esperad a ver! —les susurró Rayas Locas.
Cuando el ciclo de centrifugado comenzó, Rayas Locas cerró los ojos y se concentró en girar con todas sus fuerzas. ¡Zzzzzzzzt! Sus rayas danzaron, creando pequeños arcos de luz que flotaban por la burbujeante agua. La ropa sucia, que antes lucía apagada, ahora tenía destellos de color bailando a su alrededor.
—¡Mira! —exclamó el calcetín solitario, sus ojos de botón brillando—. ¡Es como si el sol hubiera venido a jugar!
—¡Qué bonito! —dijo un pantalón oscuro, que por primera vez en mucho tiempo, sentía una chispa de esperanza.
Rayas Locas se dio cuenta de que no era solo un calcetín más. Era un calcetín que podía traer alegría, incluso en el lugar más común. Sus rayas, tan diferentes y coloridas, no eran solo un adorno; eran una fuente de magia. Cada vez que giraba, no solo se limpiaba, sino que también compartía su luz interior con todos los demás. Las prendas más oscuras se sentían un poco más brillantes, las más viejas se sentían jóvenes de nuevo.
—Rayas Locas, eres especial —dijo una toalla grande y mullida, con una voz suave como el algodón—. Tu forma de ser única nos ilumina a todos. No hay dos calcetines iguales, ni dos prendas iguales, ¡y eso es lo que hace que todo sea tan maravilloso!
Desde aquel día, cada vez que la lavadora se ponía en marcha, todos esperaban con ilusión el momento del centrifugado. Sabían que Rayas Locas, con su corazón lleno de colores, transformaría el ciclo en un espectáculo de arcoíris. Y así, en el rincón más ruidoso y húmedo de la casa, un pequeño calcetín de rayas demostró que la diversidad y la alegría pueden encontrarse en los lugares más inesperados, y que a veces, solo tienes que girar y ser tú mismo para iluminar el mundo de los demás.
¡Gira, gira, Rayas Locas, el color es tu voz!