Hermes, el veloz mensajero de los dioses, alzó el vuelo desde las cumbres más altas del Olimpo. Sus sandalias aladas brillaban con una luz suave, listas para llevarlo por el cielo nocturno.
Hermes, el veloz mensajero de los dioses, alzó el vuelo desde las cumbres más altas del Olimpo. Sus sandalias aladas brillaban con una luz suave, listas para llevarlo por el cielo nocturno.
Cada aleteo de sus sandalias creaba un rastro mágico. No eran nubes, sino constelaciones diminutas, que parpadeaban con un brillo juguetón en la oscuridad del cielo.
Cada aleteo de sus sandalias creaba un rastro mágico. No eran nubes, sino constelaciones diminutas, que parpadeaban con un brillo juguetón en la oscuridad del cielo.
Estas estrellas brillantes traían consigo un eco de risas y sueños, deslizándose hacia la Tierra. Caían como una lluvia suave de purpurina, llenando el mundo de un brillo feliz.
Estas estrellas brillantes traían consigo un eco de risas y sueños, deslizándose hacia la Tierra. Caían como una lluvia suave de purpurina, llenando el mundo de un brillo feliz.
Así, cada noche, la Tierra se llenaba de un brillo especial. Todos los niños y niñas miraban el cielo con asombro, maravillados por la magia que Hermes había dejado caer.
Así, cada noche, la Tierra se llenaba de un brillo especial. Todos los niños y niñas miraban el cielo con asombro, maravillados por la magia que Hermes había dejado caer.