En la despensa de una panadería, entre sacos de harina y tarros de azúcar, vivía un pequeño grano de café llamado Aromas. Era redondito y brillante, y se sentía muy, muy diminuto dentro de su gran bolsa de tela. Cada mañana, escuchaba al panadero trabajar y se preguntaba: «¿Para qué servía un granito tan pequeño como él?». Oía el canto de los pájaros que venía de lejos, de un jardín, y le encantaba imaginar cómo sería el mundo de fuera.