En un balcón lleno de calabazas sonrientes y guirnaldas de murciélagos juguetones, vivía Huesitos, un esqueleto de juguete muy simpático. Era la víspera de Halloween y Huesitos sentía una cosquillita de emoción en sus huesos, pues le encantaba la música que salía de la casa. Él deseaba con todas sus fuerzas bailar, moverse al ritmo de las canciones alegres, pero cada vez que lo intentaba, sus huesitos hacían siempre los mismos pasos: ¡un raca-raca, raca-raca, y un pequeño balanceo! Huesitos suspiraba con un poco de tristeza, pues quería hacer algo más especial.