Dionisio, el dios de la alegría, era el corazón de cada fiesta. Sus risas resonaban como campanas doradas y sus bailes hacían temblar las hojas de los árboles más altos. Sin embargo, a veces, una pequeña sombra cruzaba su sonrisa.
Observaba cómo los animalitos más pequeños del bosque, con sus ojitos curiosos, se escondían detrás de los troncos musgosos, asustados por el alboroto. Dionisio deseaba compartir su alegría de una manera más suave, una que no espantara a las criaturas diminutas.