Celeste era una oruga muy especial, con suaves segmentos redondos y ojos grandes y expresivos. Vivía en una hoja tierna y verde, y cuando sentía el frío de la mañana, no tejía seda como las demás. Celeste sentía que de ella salían hilitos de neblina brillante, un vapor blanco y ligero que se desprendía suavemente. Se acurrucó en su hoja predilecta, deseando una manta cálida y acogedora para protegerse del rocío matinal.