Boo-Blando era un fantasma diminuto, tan redondito y esponjoso como un malvavisco recién horneado. Esa víspera de Halloween, flotaba por el aire, ansioso por su primera gran misión: ¡asustar! Practicó su "¡Booo!" más aterrador, inflando sus mejillas suaves. Pero de su boquita apenas salió un tierno "¡Mooooo!", como una vaquita muy simpática. Un murciélago que pasaba por allí, en lugar de asustarse, le dio una suave palmada en su cabecita y siguió su vuelo, dejando a Boo-Blando un poco confundido en medio de las hojas anaranjadas.