Artemisa, la diosa de la caza, amaba el silencio profundo del bosque. Sus pasos eran tan ligeros como la brisa nocturna, y su arco, veloz como un rayo plateado, se movía sin apenas sonido. Sin embargo, una pequeña tristeza aleteaba en su corazón cuando los animalitos se escondían de ella, asustados por su agilidad y su presencia. Deseaba que confiaran en su bondad, que supieran que su corazón era tan tierno como la hierba fresca.