Un día, la tapa de la caja se abrió con un sonido suave. Una luz dorada inundó el rincón oscuro. Verde sintió un ligero temblor, una mano cálida la escogió con delicadeza. ¡Un viaje comenzaba! Fue depositada en una taza de porcelana, blanca y brillante. El corazón de Verde latió con una emoción nueva. Era un poco asombroso y un poco misterioso. ¿Qué le depararía esta nueva aventura?
Entonces, el agua caliente, tibia y acogedora, llegó a la taza. Verde sintió cómo la envolvía, como un abrazo calentito. Al principio, se sintió un poco desorientada, ¿sería este su final? Pero no, algo mágico sucedía. Su color comenzó a cambiar, de un verde profundo a un tono más claro, casi dorado. Su suave aroma empezó a flotar. —¿Qué pasa, pequeña Verde? —susurró el calor del agua, acariciándola. —¡Estoy cambiando! —respondió ella, con un hilo de aroma que se extendía.
Con cada segundo que pasaba, Verde se sentía más fuerte, más completa. Descubrió que al liberar su color y su aroma, no desaparecía, sino que contaba una historia. Una historia de bosques tranquilos y gotas de rocío, de mañanas soleadas y dulces sueños. Se dio cuenta de que su propósito no era solo existir, sino compartir. —¿Y qué cuento quieres escuchar hoy? —preguntaba el agua, meciéndola suavemente. —Uno de calma y de dulce despertar —respondía Verde con su suave color, y su aroma llenaba el aire de paz. Pequeña Verde, qué historia por contar.