Era una mañana fresquita en el jardín, después de una lluvia suave. Salto, una ranita verde con ojos grandes y brillantes y un sombrerito de hoja, miraba a su alrededor. ¡Plic-ploc, plic-ploc! El agua caía de las hojas, formando pequeños ríos y grandes charcos. Salto sentía un poquito de miedo a esos charcos enormes. —Mmm, ¿serán muy profundos? —pensaba. Pero el jardín olía a tierra mojada y a flores, y eso le gustaba mucho. ¡Agua, agua, por doquier, qué aventura va a nacer!