La mariquita, sorprendida, te miró y luego, con alegría, empezó a subir por tus púas como si fueran una escalera hecha a medida. ¡Lo habías logrado!
— ¡Oh, qué sandía tan jugosa! —exclamó la mariquita desde arriba. — ¡Gracias, Púas!
Y tú, Púas, te sentías tan orgulloso. Poco después, una hormiguita curiosa se acercó.
— Pero, ¿cómo subiré? —preguntó la hormiguita, mirando a la mariquita.
— ¡Mira, amiga! —dijo la mariquita, señalando tus púas. La hormiguita también subió, y luego un escarabajo verde, y luego una pequeña arañita. Cada vez que uno se agarraba, un suave "¡Plec!" resonaba, como una pequeña nota de alegría.
Así, bajo la luz plateada de la luna y el centelleo de las estrellas, tú, Púas, te convertiste en un puente seguro, en una escalera mágica. La sandía se llenó de risas diminutas y el murmullo feliz de los pequeños insectos que disfrutaban de su festín. La noche era serena, el aire fresco, y tú, Púas, te sentías el tenedor más importante del mundo, con tu corazón de plástico lleno de una alegría enorme. Y al final de la noche, cuando el último insecto se despidió, un suave y satisfecho "¡Pluc!" te acompañó mientras te quedabas dormido, soñando con nuevas aventuras bajo el cielo estrellado.