Pío, un gusanito lector con gafas diminutas, vivía en una biblioteca muy especial. Era un rincón acogedor de hojas caídas, bajo el manto plateado de la luna, donde el aire susurraba secretos serenos. Cada noche, mientras las estrellas parpadeaban como pequeños ojos curiosos, Pío se acurrucaba entre los lomos crujientes de sus libros de hojitas. Pero Pío tenía un talento único: podía desenrollar las hojas secas y arrugadas, y así descubría delicados dibujos o pequeñas palabras que otros insectos habían dejado, como mensajes en botellas. Su biblioteca era como un nido de sueños, silencioso y sagrado, esperando ser explorado.
Una noche, bajo el brillo suave de la luna creciente, Pío encontró una hoja más grande, enrollada con especial cuidado. Despacio, con sus patitas pequeñas y precisas, la desenrolló. ¡Qué sorpresa! Reveló un dibujo de una baya roja, jugosa y perfecta, y debajo, unas letras garabateadas: "¡Esta es mi súper baya secreta! - Hormiga Rufina". Pío se quedó pensativo, porque recordaba haber visto a Hormiga Cleta, su vecina más ruidosa, llevar una baya idéntica a su despensa justo esa tarde. ¿Podría haber dos bayas tan iguales? Una duda dulce le picó la antena.