Yo soy el viejo Sauce Llorón, y he visto muchas cosas aquí en la estancia. Conozco a Patilargo, el ñandú más veloz de todo el campo uruguayo. Él pensaba que solo sabía correr, como un viento que susurra: siii, siii. Sus largas patas eran como zancos gigantes, perfectos para la carrera. Un día, el gauchito Martín perdió su camioncito rojo cerca del arroyo. El pobre Martín buscaba y buscaba. Patilargo, viendo la tristeza, sintió un pálpito. Intentó ayudar, estirando un poquito su cuello, pero era como una flor dormida. —¡Oh, no lo veo! —dijo Patilargo, con un suave ¡Estira-estira! de su cuello, que no era suficiente. El pasto se reía bajito, moviéndose como si bailara una chacarera.