Las Voladoras eran unas semillas de amapola, muy, muy pequeñitas, que vivían en un campo lleno de flores rojas. El viento suave las movía de un lado a otro, ¡como si bailaran una danza sin fin! Eran ligeras como pequeñas hadas, y cada vez que el viento las empujaba, ellas reían con un suave susurro. Pero a veces, cuando el viento soplaba un poquito más fuerte, una Voladora llamada Pipita sentía un cosquilleo de duda y pensaba: —¿Y ahora qué, qué hacemos, qué será? Ellas solo querían encontrar su lugar y ayudar a las abejas a descubrir las flores más altas y dulces.