Zorra Zita era tan, pero tan tímida que su corazón latía como un tambor diminuto cada vez que los otros animalitos del bosque jugaban. ¡Puf! Se escondía rápidamente detrás de un arbusto, observando cómo los conejitos saltaban y las ardillas correteaban. Zita anhelaba unirse a la diversión, sentir el viento en su pelaje mientras jugaba a las escondidas, pero un nudo apretado en su pancita le impedía siquiera decir "¡Hola!". Su cola, que era de un rojo anaranjado muy bonito, se quedaba quieta, pegada a su cuerpo, mientras el sol de la tarde filtraba sus rayos dorados entre las hojas.