Nosotros, Lara y su suave amigo Nube, un pequeño y esponjoso juguete de nube, amábamos los días de lluvia. Nos sentábamos junto a la ventana, observando cómo las gotas bailarinas golpeaban el cristal. Un día, Lara empezó a tararear una canción dulce y bajita, una melodía que parecía hecha de susurros de viento. Las gotas, al principio tímidas, parecieron escuchar con atención. Sentíamos cómo una curiosidad mágica nos envolvía.