Yo era Rodillo, un guijarro pequeño y redondo, con unas rayas de colores que parecían pintadas por el sol. Vivía muy feliz en la orilla, justo donde el agua del río me acunaba suavemente. Mi cosa favorita era deslizarme un poquito bajo el agua y, ¡zas!, chocar con otros guijarros dormilones. No era un choque brusco, no, era más bien un abrazo acuático. Y al hacerlo, una pequeña corriente mágica nacía de mí, como un suspiro del río. Esa corriente ordenaba las hojas caídas en patrones bonitos, como estrellas o espirales, y los pececitos de colores venían nadando, sus colas brillando como abanicos de seda, para jugar entre mis creaciones. Era un momento de pura alegría para todos, y yo me sentía tan útil como un faro de río.