Intrigado, tú, el columpio, decidiste balancearte un poco más. ¡Swoosh-shhh, swoosh-shhh! La brisa se hizo un poquito más fuerte, como un suave abanico. Tocó más semillas, no solo de diente de león, sino también de margaritas y tréboles. Algunas volaron más lejos, como pequeños paracaídas verdes. Viste una caer cerca del viejo tobogán, donde antes no había nada.
— ¿A dónde me llevas? —preguntó una semilla de trébol, mientras volaba por el aire.
— ¡Lejos, muy lejos! —respondiste, sintiendo una chispa de alegría. Era un juego nuevo y divertido.
Con cada día que pasaba, tú, el columpio, te balanceabas con más propósito. ¡Swoosh-hoo, swoosh-hoo! Tu brisa se había vuelto constante, como la respiración de la Tierra. Las semillas volaban ahora como pequeñas nubes de esperanza por todo el parque. Caían en los rincones más oscuros, bajo los bancos olvidados, al lado de los caminos de tierra. Donde antes solo había tierra y sombra, pequeños brotes verdes empezaban a asomarse.
— ¿Qué es todo este color? —preguntó un pequeño escarabajo, asombrado.
— ¡Es vida nueva, gracias a nuestro vaivén! —dijo el columpio, orgulloso de su trabajo. Y así fue como, gracias a ti, el viejo columpio que nunca paraba de balancearse, el parque olvidado se transformó. De repente, estaba lleno de flores de todos los colores: rojas, amarillas, azules, ¡un arcoíris en la tierra! Mariposas y abejas zumbaban felices, y pequeños pajaritos venían a cantar. Tú, el columpio, ya no eras solo un objeto viejo; eras el corazón del jardín, el que trajo la vida y la alegría a ese lugar. Cada vaivén tuyo no solo movía semillas, sino que también tejía un tapiz de amistad y cuidado por nuestro planeta, mostrando que incluso lo más pequeño puede hacer una gran diferencia. ¡Vaivén, vaivén, un susurro al aire, llevando semillas a cualquier parte!