Yo soy Cortito, unas pequeñas tijeras que viven en el estuche de manualidades de una niña llamada Ana. Mi mundo es de colores brillantes y papeles que esperan ser transformados. Cada día, yo cortaba líneas, siempre rectas, ¡siempre rectas! Mis hojas metálicas decían: —¡Cric, cric!— al deslizarse sobre el papel, creando cuadrados perfectos y tiras ordenadas. Pero una parte de mí, mi pequeño corazón de metal, soñaba con algo más, algo que fuera curvo, que volara. ¿Podría yo, Cortito, hacer algo diferente?
Un día, Ana estaba doblando un papel para hacer un insecto de origami, pero le faltaban las alas. Yo la miraba, y el papel me susurraba: «¡Ayúdame, Cortito! Quiero volar.» Mi misión era cortar, pero no sabía cómo hacer alas. Pensé: ¿Qué hago? ¿Sigo con mis líneas rectas de siempre, o me atrevo a explorar? Decido intentar algo nuevo. Con un poquito de miedo, me acerco a la hoja. Uno, doy un corte recto, ¡plop!, pero no se curva. El papel sigue plano. No me rindo.